lunes, 14 de febrero de 2011

sobre el código aristotélico

EN EL DEBATE
Código de ética... o de imagen

13 Feb. 11

Enrique Alfaro

La honestidad, la austeridad, la responsabilidad y el compromiso institucional en la administración pública son elementos fundamentales para asegurar su buen funcionamiento. La eficiencia en la gestión pública se alcanza cuando existen buenas prácticas por parte de los funcionarios y servidores públicos, cuando hay un uso responsable de los recursos, cuando se gasta menos en burocracias y más en las necesidades de la población, cuando se evitan los excesos y el derroche, cuando se combate la corrupción con determinación. No es posible construir un gobierno que cumpla su función si los servidores públicos no hacen suyo el compromiso de no fallarle a la gente; si quienes tienen la responsabilidad de servir se extravían en la ambición, la banalidad y las mieles del poder.

En ese sentido, me parece interesante que el Gobierno de Guadalajara, a un año de haber iniciado su gestión, plantee este tema como una prioridad a través de un código de buena conducta, dado a conocer por el periódico MURAL en días pasados.

Sin embargo, al leer el documento, llama la atención la manera en que las nociones básicas del servicio público se presentan como un asunto superficial más relacionado con cuidar la imagen del Presidente Municipal que con un esfuerzo institucional por mejorar el desempeño del Gobierno.

Para explicar mi argumento pongo algunos ejemplos. En el punto 1 se lee que "los servidores públicos comen o botanean sobre su escritorio en horario de trabajo, lo cual es reprobable e intolerable en este 2011". Al margen de lo ridículo de la recomendación, que implica un asunto de civilidad elemental, cabe preguntarse si esta práctica estaba bien el año pasado o en el 2012.

El buen comportamiento del servidor público debe entenderse como una directriz permanente del ejercicio de gobierno y no como una recomendación que adquiere relevancia en un momento específico. Al decir "en este 2011" parece que sólo se trata de una instrucción para cuidar la imagen en la medida en que se aproximan las elecciones, cosa que se refuerza si agregamos lo que dice el punto 18: "se pide cuidar la imagen del Presidente aún por encima de la nuestra", o el 7: "se garantice el lucimiento de la obra o evento así como de la imagen del Gobierno y del C. Presidente Municipal".

Por otra parte, no entiendo qué relevancia en términos de mejorar el trabajo del gobierno tiene, como dice el punto 4, que "cada Secretaría del Gobierno Municipal deberá de implementar el envío de onomásticos". ¿Enviar tarjetas de cumpleaños es una buena práctica o un simple desperdicio de papel? Tampoco entiendo el tono caritativo del punto 8 respecto a la sociedad civil organizada, "la gente que trabaja día a día en mejorar la ciudad está ahí. No se pierde nada con escucharlos". Eso podría entenderse, en el mejor de los casos, como bondad absoluta, no como una práctica de gobierno que busca inclusión e interacción.

Para rematar, la indicación temeraria del punto 21: "Se solicita que durante 2011 los servidores públicos se abstengan de comprar vehículos de lujo". ¿No sería más correcto decir "Se prohíbe robar"? Porque si un servidor público tiene dinero para comprar un auto de lujo, está en todo su derecho de hacerlo aunque "dañe la imagen del Presidente". El problema es cuando esos lujos son cimentados en la corrupción, abuso de autoridad o pago de favores.

Creo firmemente que el buen comportamiento del servidor público debe entenderse como una responsabilidad social y un acto de congruencia. En el Gobierno de Tlajomulco, desde el inicio de la gestión, asumimos la tarea de consolidar mecanismos de combate a la corrupción, políticas de austeridad y normas formales aprobadas por el Ayuntamiento para hacer más eficaz el trabajo de la administración. Así entendemos que se puede transformar el servicio público, más allá de las coyunturas mediáticas y la búsqueda desenfrenada por construir imagen.

La postura del Gobierno de Guadalajara me parece meritoria. Incluso creo que Jorge Aristóteles tiene toda la intención de mejorar el trabajo de su gobierno. Pero creo que pensar en lineamientos de buena conducta no debe limitarnos a considerar sólo los costos políticos o escándalos mediáticos. Debemos asumir que las buenas prácticas del servidor público son un compromiso y un acto de congruencia; un ejercicio de responsabilidad social, y no algo que cuidar para que no "se empañe" nuestra imagen.

Presidente Municipal de Tlajomulco



Óscar Humberto Castro

El pasado 10 de enero la Secretaría Particular del Gobierno Municipal de Guadalajara emitió el Oficio 00167/2011 con "23 indicaciones de carácter ético-profesional", el cual fue ventilado durante la semana en medios de comunicación bajo el título Código Aristotélico.

Resulta que nos enteramos sólo parcialmente de los disparates del oficio en cuestión. Hay que leerlo completo para confirmar el bajo nivel de la política local, el desbarajuste que reina al interior del equipo de funcionarios municipales y su postura real frente a la ciudadanía, la gestión pública y la responsabilidad de gobernar. En el susodicho código es la ética de la imagen la que manda. Juzgue usted algunas de sus normas más conspicuas.

El punto ocho esboza una estrategia para lidiar con ciudadanos incómodos: "Mejoremos nuestra vinculación con las Organizaciones No Gubernamentales de nuestra ciudad. Mucha de la gente que trabaja día a día en mejorar la ciudad está ahí. No se pierde nada con escucharlos". Leyó usted bien. No es que estos ciudadanos puedan tener de su lado la razón. Lo relevante aquí es que son fáciles de engañar haciendo como que se les escucha. Prometer no empobrece, es cumplir lo que aniquila. Finalmente el dinero de los contribuyentes es el que financia tediosas horas de escuchar sus preocupaciones y necesidades.

Más importante aún que los ciudadanos, es el proyecto personal del ambicioso en turno. El anónimo redactor lo declara con desfachatez en el punto 15: "Como servidor público en Guadalajara representas no solamente a un gobierno sino a un proyecto... Nuestra actuación fuera del ámbito laboral, también es (sic) sujeta de revisión por parte de diversos actores que no convergen con nuestro gobierno." Y por lo visto ese importante proyecto puede estar en riesgo por culpa de actores que se fijan en minucias tales como el comportamiento de algunos servidores públicos que en la primera oportunidad se escapan de sus obligaciones para volar a Las Vegas o compran automóviles insultantemente costosos.

Para tranquilidad de todos, el código está consciente del costo mediático que esto representa. Por eso, con toda candidez amonesta en el punto 6: "Durante el 2010 fue el Presidente Municipal quien asumió, sin ser lo más rentable, la responsabilidad de acudir a defender temas propios de las Secretarías. Hoy la dinámica debe ser distinta...". Por lo visto, el Alcalde ya se cansó de andar esclareciendo chismes y apagando infiernillos. Para que quede bien claro, el punto 18 abunda al respecto: "... es tiempo de cuidar la imagen del Presidente, aun por encima de la nuestra. Se pide su apoyo para vigilar este detalle en la dependencia a su cargo".

Y es en este detalle, la imagen del Presidente, donde radica la verdadera importancia del código. Los servidores públicos son solamente un medio para alcanzar tan ansiado proyecto, como se lee en el punto 3: "Cada funcionario de primer nivel se constituye como un abrazo (sic) del C. Presidente Municipal, por ello, se solicita...ubiquen a aquellos actores relevantes de la ciudad con los cuales el C. Presidente ... sea necesario ... que comparta un desayuno o comida para mantener alguna charla privada". Así, sin disimulos ni hipocresías, la instrucción es identificar a actores estratégicos y gestionar cómo arrimárselos al Alcalde. Al diablo las obligaciones de gobierno: ahorita lo que importa es agendar desayunos y comidas para mantener charlas privadas (hasta que estas se hagan públicas en fugas subsecuentes). Para potenciar el efecto, la Secretaría Particular tiene una táctica ingeniosa, según se desprende del punto 4: "cada Secretaría del Gobierno municipal deberá de implementar el envío de onomásticos (sic) a todos aquellos actores... que con motivo de los temas de su dependencia, tenga una interacción o relación permanente o temporal". Si por onomásticos debemos entender regalitos, es posible que la táctica nos salga algo cara, así que se agradecería una tabla con costos límite para tales "onomásticos", pues nuestros comprometidos funcionarios pueden caer en excesos de generosidad.

En fin, el Código Aristotélico no tiene desperdicio. Es un manual para socializar entre su equipo una ética de la imagen digna de Chespirito. Y no seamos inocentes: alguien se tomó la molestia de filtrarlo para que medios y ciudadanos pudiéramos darnos un festín con semejantes dislates. La paradoja está en que siendo esta ética política la que más daño nos hace, no sea objeto de ningún código.

Académico del ITESO y miembro del Congreso Ciudadano de Jalisco